Debemos de agradecer y reconocer a la suerte de alancear los toros y posteriormente de torearlos a caballo que fuese la primera que se practico en la Península Ibérica y que de ella surgiera el toreo a pie, la lidia actual.
Toro y caballo en el campo o en la plaza, separados o juntos, impactan por su estampa y logran la armonía taurina perfecta que con el caballero montado o el lidiador de a pie completan la trilogía taurica. Es hermoso contemplar a ambos animales en libertad o sometidos por el arte o destreza de sus domadores.
Valga este preámbulo a modo de introducción para declarar mi apoyo y respeto por ambas manifestaciones artísticas, pero a la hora de decantarme por una de ellas escojo la corrida de toros en lugar de los festejos del arte del rejoneo de los que cada vez estoy más desencantado por las razones que explicaré. Yo he visto lidiar corridas de rejones en puntas y presidir una de Sánchez Cobaleda en Zaragoza que parecía estarlo y no existían los problemas actuales.
El cartel anunciador de este tipo de festejos rara vez se ajusta a la realidad de lo que vamos a contemplar. Se omite antirreglamentariamente si los toros son eso, toros o novillos, caso frecuente en plazas de tercera categoría o portátiles. No consta si los toros tiene sus defensas integras, en cuyo caso el reconocimiento previo o postmortem será idéntico al que se realiza para novilladas picadas o corridas. Las defensas no han de estar más que despuntadas de manera que en ningún caso afecte a la clavija ósea del cuerno y nunca cercenadas y aserradas. Caso de tener que efectuarse esta operación en los corrales de la plaza se hará en presencia de un veterinario de servicio nombrado para el día en que este anunciado el festejo. Generalmente las reses desembarcadas están todas despuntadas en exceso y la operación se ha hecho en el campo sin contar con la presencia del facultativo y si con la del fígaro y apoderado que recomiendan mermar la integridad ósea en demasía.
Durante la lidia el rejoneador puede llevar dos personas que le auxilien en la forma que él determine pero absteniéndose recortar, quebrantar o marear a la res. Algunos subalterno hacen autenticas faenas de capote cuando el caballero desaparece para cambiar de caballo y no hablemos del mareo de la res hasta que dobla.
También se saltan a la torera la disposición reglamentaria que ordena no clavar más de tres rejones de castigo, algunos solo ponen uno por la falta de fuerza del morlaco y donde siempre se pasan en el número de banderillas que no pueden exceder de tres farpas o pares de banderillas. Colocan esos pares y pese al cambio de tercio del Usía añaden por su cuenta banderillas cortas, al fin y al cabo banderillas y flores que surten el mismo efecto que las otras.
En caso de actuar por parejas o colleras, solo uno de ellos podrá ir armado y clavar las farpas, banderillas o rejones. Generalmente los dos van armados e intervienen indistintamente. El caballista no puede echar pie a tierra para dar muerte a la res si previamente no hubiese colocado al menos dos rejones de muerte.
Por último les diré que no me gusta que los rejoneadores después de efectuar las suertes y exhibiciones de doma se dediquen a galopar alocadamente para arrancar las ovaciones del respetable que muchas veces no merecen por haberla ejecutado defectuosamente. Dado que es un tipo de festejo al que acuden muchas mujeres e incluso niños para no herir su sensibilidad se deberían corregir esos defectos que puedan afectarles y en caso de herida o muerte de un equipo en el ruedo habría que proveerse de algún mecanismo o plataforma móvil en el que pueda montarse el caballo para ser retirado del ruedo y que continúe la lidia.